Dialéctica del paisaje
Alejados del trajín urbano, en la soledad suave de sus casas, en los fondos verdes de sus patios
y jardines, con la vista en el horizonte cercano de sus emociones y pensamientos, dos artistas
se encuentran para tender sus telas al sol y ofrecerlas a la vista de todos (¿qué es una muestra
sino esto mismo?). Por ese contacto sus obras se iluminan formando una nueva constelación,
un dibujo de luz mental que traza líneas imaginarias en la tierra y en el aire y escribe un nuevo
poema de a dos. Poética hogareña sostenida por la belleza del recuerdo del tendal, la memoria
los encuentra en el corazón de la casa y la infancia en el momento de tender la ropa y verla
meciéndose con el viento. Lo que ahora en este espacio de exhibición se ha desplegado, o tal
vez debiera decir se ha desdoblado, son los frutos de una larga observación sensible y un
quehacer sostenido por ambos desde hace largo tiempo sobre el paisaje.
Fabio Risso Pino e Irene Ripa Alsina han establecido la cualidad de su cuarto propio, su lugar en
el mundo, su paisaje. Entendido como la vista de un territorio desde un punto de vista
específico que incluye la percepción completa y la interpretación de quien observa, el paisaje
se consolida como una estructura, un espacio diferenciado con características propias que
comprende las dinámicas, es decir, las relaciones entre los elementos que lo componen. Es un
ecosistema físico y emocional.
La línea aparente que pone en relación a estos artistas es el horizonte fluctuante entre adentro
y afuera, una dialéctica de la naturaleza interior y exterior. Adentro y afuera es una convención
que nos sirve para leer cierta iconografía que en Fabio se visualiza interior y en Irene aparece
como exterior. Fabio pinta jarrones con flores construidos con el vocabulario doméstico y
familiar de una cocina, sus manteles y repasadores, sus grillas y mosaicos. Las pinturas de Irene
toman una forma más abstracta, como de pequeñas manchas o zonas de color que sugieren
aire libre, marcas expandidas en el espacio que podrían ser vegetación, florecillas, huellas del
andar de caballos, senderos en sombras, lagunas rodeadas de totoras. Sin embargo esa
identificación apresurada podría ser una pista falsa, o por lo menos incompleta en ambos,
porque también hay un afuera en la visión de Fabio, localizado en su pequeño jardín
desordenado y salvaje donde las plantas conviven con ranas y pájaros, que es el paisaje de su
vida cotidiana en su cocina-taller y es sustancial en su producción, así como en el caso de Irene
también hay un adentro, y ese interior tiene que ver con el modo en que esa naturaleza del
campo es leída por ella y se manifiesta en ritmos, en síntesis, en asociaciones mentales y
emocionales, incluso en cierto modo romántico de interpretar lo campestre.
Pero como toda tela tiene su doble faz, también se puede decir que para Fabio las flores que
pinta nada tienen de realistas, son bellas excusas, un modo simbólico en el que una
conversación interna se manifiesta, y ese relato es el que lo anima y sostiene al pintar. En
contrapunto con la claridad de su lenguaje constituido por un vocabulario propio, que siempre
se presenta rápidamente asible visualmente; en contraste con la apariencia concreta de sus
imágenes y su decisiva materialidad de acabados herméticos, subyace un artista místico y
vaporoso, un espíritu sutil para quien la fuente de todo es el amor. Sus trabajos tiene anclaje
en una vivencia personal, un recuerdo, un sentimiento. Sólo aquello significativo será
plasmado en obra. Cada flor que aparece está ligada a un ser en su vida. Adquiere esta forma,
la de flores, porque es el modo directo (por empatía inmediata, por familiaridad) de que
accedamos inconscientemente a esos pensamientos, a esas emociones.
Y para pensar el reverso de las obras de Irene, tan delicadas que no pueden ser capturadas de
un sólo vistazo, que requieren de un tiempo de navegación para ser tomadas, se puede
observar que son imágenes cercanas a la abstracción sí, pero están sostenidas por experiencias
muy concretas y tangibles en relación a la naturaleza campestre donde ella pasa largas horas
en contacto con sus caballos, habitando ese espacio y descifrando sus claves. Estas imágenes
sugestivas, inacabadas, que se abren al aire, provienen de un cuerpo que ha sentido la
intemperie en su rostro, que ha visto infinitos atardeceres de fuego, que es capaz de
identificar el pelaje de mil caballos y reconocer la forma de cada hierba silvestre. Nacen de
quien puede sentir el perfume del frío en el pelo. De alguien que entiende que la naturaleza
dispone y que ante ella sólo puede ser su dócil instrumento, recibir la información que le
brinda y luego, al pintar con sus acuarelas y tinta china, recrear eso que ha vivenciado,
disponiendo en la tela esos fragmentos de observaciones convertidos en pequeños gestos,
mínimas señales, poéticas reconstrucciones.
En el obrar de Irene y Fabio, interior y exterior no están separados entonces, es una dialéctica
del ir y venir y en este balanceo entre adentro y afuera, se sitúan sus obras y también su
encuentro. Un vaivén en el que se mecen como la ropa tendida al viento. Dos tiempos que
acompasan el latido de sus corazones.
Adenda para los poetas
Una muestra organiza un discurso, organiza un modo de lectura de las obras que se están
mostrando, pero hay muchas maneras de entrar en resonancia con las obras y los artistas que
las exhiben y en el caso de los que nos atañen aquí, la llave maestra para entrar en su poéticas
son los títulos de sus obras. Eso que muchos otros evitan o resuelven con sin título ellos lo ven
como una gran oportunidad.
Irene inserta pequeños secretos en sus títulos como en El aire de las acacias, que parece
remitirse al movimiento producido por el viento sobre estos arbustos típicos de la pampa o la
sombra fresca que producen a la entrada de los campos, y es así, pero también aire es un
modo de nombrar los distintos pasos que tienen los caballos (paso, trote, galope) y Acacia es el
nombre de una yegua. O El recorrido de las espigas, una imagen que asociamos
inmediatamente con el campo argentino y sus plantaciones de trigo pero que también es el
rastro del andar de Espiga, su yegua amada. Todos los títulos tienen doble o triple juego. La
lista sigue con palabras como estas: El reflejo del horizonte, Donde empieza el amanecer, El sol
entró de soslayo para perpetuar tu amor, Surcar el sol, Cavar el cielo.
Para Fabio nombrar es darle cuerpo, darle consistencia (y existencia) a eso que nace. Es una
capa más, ya no de barniz, sino de profundo sentido a la necesariedad de sus obras. Entonces
tenemos Los lutos, obra que manifiesta en forma de flores el dolor de una pérdida o veremos
Las bienvenidas, un bouquet de calabazas que crecieron mágicamente en su jardín. Y siguen
así: El gusanito, Ecos de resistencia, El nido, Los meteoros, La parte que llama, Los putitos, El
expandido amor, Las honras compartidas y más.
Nos disponemos entonces a ver y recorrer El viento seca más que el sol con los ojos que miran
hacia adentro y hacia fuera de los paisajes, pero también con los oídos atentos para escuchar
esta polifonía, este canto de a dos.
Silvia Gurfein, septiembre de 2019
Muestra ¨El Viento seca más que el sol¨
Artistas Fabio Risso Pino e Irene Ripa Alsina
Galería Botánica, La Plata, Buenos Aires, Argentina. Septiembre a Octubre 2019.
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